Así era el hombre elefante, el ser más humano de entre los humanos

Así era el hombre elefante, el ser más humano de entre los humanos 1

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Joseph Carey Merrick, “El hombre elefante”, nació el 5 de agosto de 1852 en Leicester y falleció el 11 de abril de 1890 en Londres a la edad de 27 años, víctima del síndrome de Proteus.




Merrick empezó a sufrir los síntomas de su enfermedad al año y medio de nacer, por lo que desde entonces sufrió discriminación, tanto por familiares como por la sociedad, obligándole a trabajar en el circo desde su infancia.



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Una vida de discriminación

Hoy queremos recordar a Merrick, no por haber sido víctima de dicha enfermedad, sino por sus otras cualidades personales. La discriminación de la que fue víctima desde su nacimiento parecía determinar un devenir cruel, pues solo conocía la maldad de sus semejantes, que lo ridiculizaban constantemente sometiéndole a todo tipo de representaciones circenses, además de ser tratado como otro animal del espectáculo.

Joseph Merrick fue ridiculizado constantemente a lo largo de toda su infancia y gran parte de su edad adulta. Imagen: Wikimedia Commons

La realidad, y estudios posteriores, determinaron que Merrick no era tan solo una gran persona, un humano que no tenía maldad alguna, sino que, por el contrario de lo que la gente creía, uno de los posibles síntomas de la enfermedad, los problemas en el desarrollo intelectual (comunes en un 20% de los diagnosticados) no eran inherentes a él. Merrick demostró tener una inteligencia superior a la media y superior a la de aquellas personas que se mofaban de él.

Su llegada a Londres

Frederick Treves, influyente médico cirujano inglés, lo descubrió después de un espectáculo en 1884, pero no pudo hacerse cargo de él. Sin embargo, sí le entregó una tarjeta. En 1886, Merrick consiguió volver a Londres, después de “ser robado” por su actual “propietario” y abandonado a su suerte. Su llegada a Londres no fue sencilla: descubierto por la “educada” sociedad inglesa, fue abucheado y golpeado brutalmente hasta que llegó la policía. Fueron las autoridades las que llamaron al doctor Treves, después de que Merrick les entregase su tarjeta.

En adelante, Merrick vivió los únicos años felices de su vida, dedicando su tiempo a la lectura de novelas románticas y a la visita de diferentes personalidades que habían ayudado económicamente a tal singular individuo para que pudiera vivir en paz. Entre ellos se encontraba la princesa Alexandra de Gales, quien lo visitó en numerosas ocasiones, o la actriz Edge Kendall, a quien no conoció personalmente, pero que con la que mantuvo correspondencia hasta su muerte y a la que dedicó la maqueta de una iglesia (la única conservada en la actualidad).

Merrick, para sorpresa de todo el mundo, siempre recibió a sus visitas con una sorprendente educación y amabilidad, aunque él no la hubiese vivido jamás.

¿Cómo era Merrick?

Merrick leía perfectamente y tenía un vocabulario mucho más extenso que la gran mayoría de ingleses en su época. Esto sorprende al tener en cuenta que vivió casi toda su vida entre una celda y un espectáculo, sin educación ni acceso a conversaciones con cualquier tipo de persona o a literatura alguna. Además, tenía una fina sensibilidad musical.

Imagen de la película “El hombre elefante” de David Lynch (1980)

Falleció a la edad de 27 años mientras dormía en su cama, en el momento más feliz de su vida, sin guardar rencor a nadie. Se reunió así con su madre Mary Jane, quien murió cuando Merrick contaba con 11 años de edad. En palabras del propio Merrick, ese fue el peor suceso de su vida, aún peor que su enfermedad.

La felicidad se encuentra en uno mismo, y no se ha de buscar más allá; no debemos conformarnos con lo que tenemos, sino ser feliz con lo que conseguimos.

El poema de Merrick

Terminamos con un bello poema: los cuatro primeros versos son de Merrick y los cuatro últimos, de Isaac Watts (pastor protestante inglés). Con ellos muestran la capacidad de un ser humano para ser humano:

Es cierto que mi forma es muy extraña,

pero culparme por ello es culpar a Dios;

si yo pudiese crearme a mí mismo de nuevo

procuraría no fallar en complacerte.

Si yo pudiese alcanzar de polo a polo

o abarcar el océano con mis brazos,

pediría que se me midiese por mi alma,

La mente es la medida del hombre.

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